Hace muchos años, y en las profundidades de un lugar llamado el Parque Nacional Natural Catatumbo Barí, un grupo especial de indios Motilones llamados Los Bari, cuyo espíritu resonaba con la armonía de la naturaleza. Vivían en malocas cerca de ríos abundantes y bosques encantados; en donde mantenían sus tradiciones y paz con el entorno.
En el corazón de la maloca, el ñatubai lideraba con sabiduría, seguido por el abyiyibai y el ibaibaibai, cada uno desempeñando su papel en la danza sagrada de la vida. En esta tierra de paisajes quebrados, donde los ríos Catatumbo, El Indio y otros tejían historia. Los Motilones compartían lazos profundos de amor y respeto con la fauna y la flora que los rodeaban.
Un día, mientras el sol acariciaba las copas de los árboles, el joven Bakurita, surgido de la piña sagrada, decidió emprender una búsqueda. Guiado por los cantos de las aves y la sabiduría de Sabaseba, el formador del mundo, se aventuró más allá de la maloca en busca del misterioso Corazón de la Selva.
A lo largo de su viaje, Bakurita se encontró con desafíos provocados por los invasores del territorio, pero la comunidad Motilón se unió con valentía para proteger sus tierras. Realizaron una toma simbólica, desfilando por las calles de Tibú con cánticos, armas y bailes tradicionales. Colocaron placas recordatorias de sus bohíos destruidos en 1930, recordando con orgullo su historia.
En su travesía, Bakurita también descubrió la importancia de la unidad y la conexión con otras comunidades, incluso con aquellos que eran considerados extranjeros. Todos eran parientes en este vasto lienzo de la naturaleza.
Con valentía, Bakurita continuó su búsqueda, encontrando el Corazón de la Selva en la comunión entre la tierra, el agua y el cielo. Aprendió que la verdadera riqueza estaba en la armonía, la protección de su hogar y la comprensión de que la historia de los Motilones se tejía con cada río y cada árbol.
Y así, los indios Motilones continuaron su danza eterna, preservando su cultura y protegiendo su hogar.
Fuente: Anecdotario histórico de Tibú y otras cositas – Julio Jaime.