El caos y la tragedia golpean a Papúa Nueva Guinea tras un devastador terremoto de magnitud 6,9 que sacudió la provincia de East Sepik. La cifra preliminar de víctimas es alarmante: al menos tres personas han perdido la vida, y cerca de mil hogares yacen en escombros.
El presidente del comité de desastres de East Sepik, Samson Torovi, ha declarado el estado de emergencia para movilizar recursos urgentes destinados a la respuesta, recuperación y mitigación de esta catástrofe sin precedentes.
En medio del caos, surge la devastadora noticia de que una mujer y su hija han perdido la vida en la pequeña localidad de Jikinumbu, mientras que otro menor falleció en el remoto poblado de Sotmeri. Las cifras de destrucción son igualmente impactantes: según el diario papú Post Courier, se han reportado al menos 93 viviendas destruidas, aunque el gobernador de East Sepik, Allan Bird, teme que el número real ascienda a mil.
En un acto desesperado, el gobernador Bird ha solicitado ayuda a Estados Unidos para la entrega de agua potable, una de las necesidades prioritarias junto con asistencia médica, seguridad, refugio, alimentos y la reconstrucción de la provincia.
El epicentro del terremoto se localizó a unos 38 kilómetros al noreste de Ambunti, con una profundidad de 35 kilómetros. Aunque no se emitió alerta de tsunami, la tragedia ha sumido a Papúa Nueva Guinea en un estado de crisis.
Condiciones meteorológicas adversas y la amenaza de corrimientos de tierra agravan aún más la situación. Las últimas semanas han visto un aumento en el número de muertos por inundaciones y deslizamientos de tierra, dejando a miles de personas desplazadas y causando estragos en cultivos y fuentes de agua.
Papúa Nueva Guinea, rica en recursos pero con una geografía desafiante, lucha por recuperarse en medio de esta catástrofe. Con casi el 40% de su población en situación de pobreza, el país enfrenta una lucha adicional contra la furia del Anillo de Fuego del Pacífico, una región conocida por su actividad sísmica y volcánica implacable.