En la fría mañana del 17 de marzo de 1988, Tibú se preparaba para un día como cualquier otro. Sin embargo, lo que pronto se desencadenaría en el cielo colombiano cambiaría para siempre el destino de esta tranquila comunidad. El vuelo 410 de Avianca, un Boeing 727-21 con matrícula HK 1716, se alzaba majestuoso desde el aeropuerto de Cúcuta, con destino a Cartagena. A bordo, una mezcla de sueños, esperanzas y expectativas, que pronto se verían truncadas en una tragedia sin precedentes.
Entre los pasajeros se encontraba el recién nombrado Obispo de la Prelatura de Tibú, padre Horacio Olave, quien partía en su primera misión pastoral. A su lado, 18 futbolistas del Distrito Norte de Ecopetrol, entusiastas representantes del deporte local, ansiosos por competir en los juegos Interdistritos de la Compañía en Cartagena. Entre ellos, destacaban figuras del futbol como el ecuatoriano Eloy Ronquillo E, quien llegó a Colombia en 1939 para jugar en Millonarios y después de pertenecer a la plantilla del Cúcuta Deportivo se vincula a la Colpet como director de deportes en donde se pensiona; y el uruguayo Carlos José Zunino, cuyas vidas, marcadas por el fútbol, encontraron un nuevo propósito entrenando a los equipos de Ecopetrol en Caño Limón Coveñas y Tibú.
Pero el destino, caprichoso e implacable, tenía otros planes. Apenas minutos después del despegue, el vuelo 410 se estrelló contra el cerro del Espartillo, en un estallido de fuego y metal que dejó a la comunidad de Tibú sumida en el dolor y la desesperación. Los siete miembros de la tripulación y todos los pasajeros perdieron la vida en el impacto, dejando atrás un rastro de desolación que aún perdura en la memoria colectiva de la región.
Los testimonios de aquel fatídico día pintan un cuadro desgarrador de lo que sucedió en los momentos finales del vuelo. Edinson R. Sánchez, en una publicación en su página de Facebook, compartió un relato impactante sobre el accidente, describiendo la secuencia de eventos que culminaron en la tragedia; «Sentía en mi nariz un olor a sangre sugestionado por el accidente. Recuerdo que escuché la grabación de la caja negra. El capitán de este vuelo le ofreció a otro avión que venía de la costa para Cúcuta que procediera directo hacia la pista y que él se «abría» a la izquierda para que el otro no tuviera que desviarse. El copiloto venía volando y el capitán le indicó que se desviara para darle paso al otro avión. Entraron en nubes y el copiloto hizo muy amplio el viraje antes de enfilar de nuevo hacia la costa. El ingeniero le llamó la atención al copiloto sobre el viraje; el capitán le confirmó que iniciara el viraje. El ingeniero un poco más nervioso le vuelve a llamar la atención diciéndole «cuide esa niebla». No sabían que se habían acercado mucho a la cordillera. A los pocos segundos se escucha en la grabación lo más parecido a un disparo» (R. Sánchez) Los últimos minutos de vida se convirtieron en un torbellino de confusión y desesperación, mientras la tripulación y los pasajeros luchaban por entender lo que estaba sucediendo.
Pero más allá de los detalles técnicos y las cifras, son las historias personales de quienes perdieron la vida las que realmente conmueven. Pedro Edgar Garzón, emocionado con la llegada de un nuevo hijo; Jesús Emilio Calderón, anhelante de su próxima jubilación y el reencuentro con su familia; Jairo Manzano, quien prometió regalos a su hijo dormido esa misma mañana. Todos ellos vieron sus sueños y esperanzas truncados en un abrir y cerrar de ojos, dejando atrás a familias destrozadas y comunidades sumidas en el dolor.
Pero incluso en medio de la tragedia, hay historias de milagros y salvación. La indisciplina de algunos jugadores salvó a Said Lesmes, Manuel Blanco y Alirio Plata de la muerte, cuando una pelea entre compañeros de equipo los dejó fuera del fatídico vuelo, como un castigo que es salvaría la vida. Otros, como Gonzalo Galvis, llegaron tarde al aeropuerto; aún así, debido a su persistencia le permitieron ingresar al avión, pese a tener sus puertas cerradas sin poder evitar un destino trágico que aguardaba para él y todos sus compañeros.
Hoy, más de tres décadas después, la tragedia del vuelo 410 de Avianca sigue siendo un recordatorio sombrío de la fragilidad de la vida y la inevitabilidad del destino.
Fuente: Anecdotario histórico de Tibú y otras cositas.